En mi última visita a Barcelona, aproveché que mi joven
hermana (residente en la ciudad desde hace años) nunca había visitado La
Pedrera (cielo santo...) para volver a deambular por un edificio del que jamás
se cansa uno, desde el inolvidable vestíbulo hasta esa maravillosa terraza que
descubrí hace ya veinte años y que no tiene desperdicio, pasando claro está por
todo el desván y el piso modernista reconstruido con tanto mimo y dedicación.
Lo único que se le puede criticar al conjunto es claro está el elevado precio
de la entrada, pero el negocio es el negocio... y en este caso, vale muy
muchísimo la pena, doy fe. Ay, qué suerte tienen quienes viven aún en uno de
esos pisos...
Y aprovechando el lío, nos pasamos a ver la exposición
temporal “Modernismo: Arte, Talleres, Industrias”, toda una verdadera maravilla
que recoge la parte más industrial del proceso, desde cómo se hacían las
vidrieras hasta los muebles y complementos o las joyas y los vestidos,
incluyendo un buen puñado de piezas absolutamente desconocidas y recuperadas
del más injusto de los olvidos (gran labor la del comisario) que vuelven a
brillar con luz propia. Sabido es por quienes bien me conocen que el Modernismo
siempre ha sido mi estilo artístico favorito, y que me habría encantado vivirlo
en su momento y en su lugar... así que habrá que conformarse con este tipo de
cosas, y con aspirar a poder alguna vez acercarnos más a él de una u otra
manera.
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