Nunca está de más escribir sobre un edificio tan emblemático
y tan precioso, y teniendo en cuenta que en una de mis caminatas por Palma
junto a un amigo tuvimos la oportunidad de entrar a verla completamente
despejada e incluso pudimos llevarnos un sustancioso folleto que al ayuntamiento
le ha dado por editar (en uno de esos alardes de increíble buena idea que
alguien tiene a veces en un despacho), pues aquí estamos...
Poco que decir, de todas maneras, de un edificio que lleva
siglos considerado como la obra maestra del gótico flamígero, que le debemos a
uno de esos genios incomprendidos como es Guillem Sagrera, y que siempre es
grato, gratísimo, poder admirar en su sobria desnudez, con esas imposibles
columnas helicoidales y con sus juegos de luces y de sombras que desafían incluso
a las imaginaciones más exacerbadas (incluida la de quien esto escribe, que se
rinde pocas veces de forma completa y absoluta ante la magnitud de tales
edificios). Pendiente está aún el visitar el tejado y sus “reformas”, pero lo
cierto es que nunca he investigado a fondo el tema y no sé si tendría que pedir
hora de forma legal o complicarme un poco más como investigador... A ver qué
día cae.
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